Article 3: Relationship with the Holy Spirit
La Relación con el Espíritu Santo
En estos días se celebró Pentecostés, la venida del Espíritu Santo y el nacimiento de la Iglesia. Cuando
se piensa en el Espíritu Santo, muchos tienen en su mente una paloma, una lengua de fuego o una
nube. Estas son imágenes, pero el Espíritu Santo es una persona, la tercera persona de la Santísima
Trinidad, la cual todo cristiano necesita para desarrollarse en su vida espiritual.
En veces se tiene en concepto erróneo que el Espíritu Santo es una paloma que anda rondando con el
mundo. Después de todo en el bautismo del Señor, la biblia dice que “el Espíritu Santo bajo sobre él y
se manifestó exteriormente en forma de paloma” (Lc. 3:22). Se debe reflexionar y analizar más
detenidamente este pasaje bíblico, pues si bien se recalca que vino en forma de una paloma, no dice
que era una paloma. San Lucas da una explicación más precisa que los otros evangelistas. Aclara que el
Espíritu Santo no es una paloma, es una persona, pero se manifestó en forma de una paloma. Jesucristo
mismo lo presenta como una persona, con carácter propio y una función, “cuando venga el Protector
que les enviare desde el Padre, por ser el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de
mi” (Jn. 15:26). Depende de la versión de la biblia, otras palabras similares que se usan para describir al
Espíritu Santo son: abogado, defensor, paráclito. Con la misma finalidad, el Espíritu Santo no es algo, es
alguien, con quien se puede entablar una relación personal.
Esta relación con el Espíritu Santo está basada en el amor, pues Dios es amor. Por cuenta propia, no se
puede llegar amar a Dios, sino el mismo Espíritu Santo, infundido por el bautismo mueve a amar. Dice la
palabra de Dios que, “nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3).
Es importante entrar en una relación de amor con el Espíritu Santo, pues así se puede contar con Él en
los momentos de dolor y de sufrimiento. El Espíritu Santo puede consolar al alma triste. Esta
consolación no la puede dar algo, sino alguien. Además hay muchos más beneficios que provee el
Espíritu Santo, como frutos, dones y carismas, si se le deja actuar en la vida particular. Es bueno notar
que se está acostumbrado a orar al Padre, o al Hijo, ¡y está bien! pues es un mismo Dios, el Espíritu
Santo es parte de la Santísima Trinidad y cualquier oración hecha a Él, también es hecha al Padre y al
Hijo. No se puede separar a Dios, por eso el credo dice del Espíritu, “que con el Padre y el Hijo recibe la
misma adoración y gloria.” Es bonito entonces establecer una relación de amor con el Espíritu Santo
como la tercera persona de la Santísima Trinidad.
Esta relación de amor con el Espíritu Santo debe irse desarrollando en la oración. En veces se piensa
que el Espíritu Santo es algo externo, y lejano, que se tiene que pedir que baje hacia la persona. La
realidad es que todos los bautizados han recibido el Espíritu Santo por la gracia del sacramento, y el
Espíritu habita dentro de sus corazones a lo largo de su vida. Entonces no es que solo venga de afuera,
sino que también está ya adentro. San Pablo indica que los cuerpos de las personas, son templos del
Espíritu Santo, y por lo tanto se tienen que respetar, pues allí está el divino huésped del alma. Se puede
decir “vamos invocar la presencia del Espíritu Santo,” pero también se puede decir “vamos a pedir que
resurja el Espíritu Santo desde lo más profundo de nuestro ser.” Esto implica el Espíritu Santo está más
cerca de lo que se piensa, y que se le puede pedir ayuda para orar. Dice la palabra del señor que no se
sabe orar, pero que “el Espíritu Santo intercede con gemidos inefables por los débiles que no saben
cómo pedir, ni que pedir” (Rm. 8:26). Con confianza se puede pedir lo que se necesita, pues “aquel que
penetra los secretos más íntimos entiende esas aspiraciones del Espíritu, pues el Espíritu quiere
conseguir para los santos lo que es de Dios” (Rm. 8:27). ¡Qué grande es Dios, que el mismo nos ayuda
orarle en espíritu y en verdad! Y es en la oración que se llega conocer, y amar a Dios.
Desde pequeños se enseña en el catecismo que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima
Trinidad. Es claro que la fe de la iglesia profesa que El Espíritu Santo es una persona, pero al pensar
erróneamente que el Espíritu Santo es impersonal, se pierde la oportunidad de entrar en una relación
personal con Él por medio de la oración, y cuyo fruto es el amor.
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